Desde hacía muchísimo tiempo le daba vueltas en la cabeza a la idea de volver a París. No he escondido nunca que posiblemente sea la ciudad más bonita que he visitado. Han sido ya varios viajes a la ciudad de la luz, y siempre, siempre, hay un lugar nuevo que descubres o una imagen mágica que guardas en el recuerdo. Muchísimas anécdotas, y grandes momentos los que he disfrutado en esta ciudad.
Aparecimos en París prácticamente sin planearlo. Prácticamente no, no se planeó. De la noche a la mañana, nos liamos la manta a la cabeza, y dicho y hecho. Valientes. Decididos. Y convencidos de que iba ser un viaje maravilloso. Como siempre lo ha sido París.
Pero toda esa magia que desprende la ciudad parece que alguien la quiera fastidiar. Evitamos visitar ciertos barrios, ir con niños pequeños nos hace ser más prudentes. Pero aún así es la primera vez que he estado en la ciudad en la que he sentido inseguridad. En el metro. En la visita de monumentos. No íbamos del todo cómodos.
Aunque quizás el peor lugar fue en la Torre Eiffel. Es verdad que no era inseguridad, ahí fue más bien un sentimiento de hartazgo. El top-manta prácticamente ni te dejaba andar. Te abordaban de forma muy insistente. Ni para hacer fotos tranquilamente a la Torre Eiffel te dejaban.
Esto es un problema que se ha hecho extensible a otras muchas ciudades. Si se permite se extiende y es un verdadero problema. Y ni entramos a valorar la competencia desleal que hacen a comerciantes.
Nosotros compramos nuestros souvenirs, y evidentemente, lo hicimos en comercios parisinos que estoy convencido pagan sus impuestos y buscan ganar dinero para salir adelante, mientras sus políticos dejan que el top-manta campe a sus anchas perjudicándoles.
Pero aunque la quieran fastidiar, París siempre será París, una ciudad mágica a la que, estoy convencido, volveré a visitar.